La seriedad y el silencio de la biblioteca de la casa victoriana de su familia resguardaban al pequeño Richard del mundo exterior mientras él se refugiaba con fanatismo en las milimétricas deducciones de su amado Sherlcok Holmes. Con el paso de los años Richard Lancelyn Green se convertiría en uno de los mayores expertos en la obra de Arthur Conan Doyle, siendo coautor de la primera biografía del autor escocés además de escribir sus propias novelas enmarcadas dentro del universo de Sherlock Holmes. Por el camino, su afición por el circunspecto detective de ficción se apoderó de su vida, convirtiéndose en obsesión, con fatales consecuencias.

A lo largo de una vida de coleccionismo, Richard se hizo con toda clase de objetos que habían pertenecido aunque fuera remotamente a Conan Doyle. Para el año 2.000 el ático de Kensington, al sudoeste de Londres, en el que vivía, decorado a imagen y semejanza del ficticio apartamento en el que residía Sherlcok Holmes, parecía un museo con más de 40.000 libros además de fotografías, papeles y otras piezas. “Parece mucho, pero cuanto más tienes, más necesitas” llegó a confesar en una entrevista para una revista de anticuarios. No obstante, lo que realmente le consumía era la búsqueda de un lote de documentos tras el que llevaba veinte años. Ese lote era esencial para su proyecto vital: la biografía definitiva de su adorado Arthur Conan Doyle.
Durante años Richard investigó el paradero de esos papeles, desaparecidos tras la muerte del escritor escocés en 1930, entrevistando a familiares de Conan Doyle hasta que las pistas le llevaron a Londres, más concretamente a la puerta de Jean Conan Doyle, la hija menor del escritor. Ella le invitó a su piso y el gran interés de Richard por su padre y toda su obra hizo que pronto estuvieran compartiendo tanto recuerdos como fotografías familiares. La señora Conan Doyle quedó encantada con su primera reunión y le invitó a volver.
Las visitas continuaron regularmente, forjando una amistad entre ambos. En una de esas reuniones Richard Lancelyn Green pudo ver por fin parte de los documentos que ansiaba encontrar, pero según le informó Jean, debido a una disputa familiar en curso no tenía permitido enseñárselos a nadie, si bien le informó de algo clave para esta historia: su intención era donar el archivo al completo a la British Library cuando se resolviera la disputa para que todos los expertos en la obra de su padre pudieran examinarlos.

Obviamente la felicidad de Richard fue inmensa, pues solo debía esperar a que la disputa familiar se resolviera para tener acceso total al archivo que llevaba años persiguiendo, pero las cosas no saldrían como él esperaba. Lo primero en torcerse fue su relación con Jean Conan Doyle tras algo que publicó Richard y que la hija del escritor no se tomó nada bien. Para Richard Lancelyn Green y algunos de sus colegas sin embargo, la culpa de este distanciamiento la tuvo un americano, que si bien formaba parte del circulo de aficionados a Holmes, y conocía bien a Richard, ha sido imposible encontrar su nombre. Para Richard, este americano se iba a convertir en su némesis, una suerte de Moriarty, al que no dudó en culpar de muchos de sus males.
Si esto fue algo difícil de digerir, el golpe más fuerte llegaría tras la muerte de Jean Conan Doyle en 1997. Después de esperar y esperar que de una vez por todas los documentos que ansiaba fueran cedidos a la Brirish Library, su frustración fue creciendo.
Animado por este sentimiento, se volvió contra su adorado Conan Doyle arremetiendo contra él en varias publicaciones, para sorpresa de la comunidad de fanáticos. Richard tildó al escritor escocés de “poco original” y “plagiador”. Llegó incluso a confesar a un amigo que pensaba “haber malgastado mi vida en un escritor de segunda”.
Esto iba a cambiar en marzo de 2004 cuando Richard vio un anuncio en el London Sunday Times que le cambiaría la vida. Su sorpresa fue mayúscula cuando se enteró que los archivos perdidos iban a subastarse en Christie´s por tres familiares lejanos de Conan Doyle. Las consecuencias para Richard eran gravísimas, pues en vez de estar disponibles para que cualquiera los consultara, los documentos serían divididos entre coleccionistas privados alrededor del mundo pasando a estar ocultos e inaccesibles para los estudiosos. Con presteza Richard Lancelyn Green se dirigió a la casa de subastas convencido de que se estaba cometiendo un error. Tras examinar los documentos a subasta, les aseguró a sus amigos que muchos de los papeles del lote eran los mismos que él había descubierto. Aseguraba además que estos habían sido robados y que tenía pruebas.
Sin tiempo que perder Richard se puso manos a la obra para detener la subasta. Para ello se comunicó con la Sherlock Holmes Society de Londres, de la que había sido director. Alentó a varios otros grupos de fanáticos de Holmes y de Conan Doyle tanto de Europa como de América. Hizo de la cancelación de la subasta su objetivo vital. Richard compartió con sus colegas lo que sabía sobre la procedencia de los documentos, mostrándoles además lo que él consideraba el documento más importante que poseía, una copia del testamento de Jean Conan Doyle, en el que se establecía la donación a la British Library de los últimos papeles de su padre, así como manuscritos personales, diarios y escritos. A medida que este grupo de detectives aficionados iban ganando notoriedad, contactando incluso con miembros del parlamento británico, atrajeron también la atención de la prensa. Richard se involucró tanto en su cruzada anti subasta que llegó a pasar días sin dormir buscando las claves que enviaran los archivos a la British Library. Por esta época Richard Lancelyn Green contactó con su hermana, Priscilla West, para avisarle de que alguien le estaba amenazando. Poco tiempo después de esta inquietante revelación, la hermana recibiría una críptica nota con tres números de teléfono y el mensaje: “Por favor mantén estos números en lugar seguro”. También contactó con un reportero del London Times avisándole de que “algo” malo le podía ocurrir.
Pero te estarás quizás preguntando ahora ¿Qué podía haber puesto a Richard en el punto de mira? ¿Quién querría hacerle daño? ¿Tan importante era este archivo?
Para dar respuesta a estas preguntas hay que tener en cuenta que Richard, quien había visto y tocado los documentos a subasta a petición de Jean Conan Doyle, era el único que se interponía entre los familiares que querían vender el archivo y el deseo de la hija de Conan Doyle. Los herederos y la propia casa de subastas insistían en que los documentos en venta (cerca de 3.000 cartas y manuscritos, el 80% de ellos inéditos) no tenían nada que ver con la colección de la hija del escritor, si no que formaban parte de la colección de la nuera del escritor, muerta en Suiza en 1992. Pero Richard sabía la verdad, así que para ellos era una figura peligrosa que les alejaba de los tres millones de euros en los que estaba valorado el lote.
La paranoia de Richard, quien se llegó a poner en contacto con el periódico The Times en estado de “extremo nerviosismo” por si algo le ocurría, aumentaba cada día. Una noche pidió a uno de sus amigos el favor de buscar en los archivos de la BBC radio una entrevista en la que uno de los herederos declaraba que el archivo en disputa debía ser entregado a la British Library. El amigo encontró la entrevista, pero informó a Richard que en ella no se citaba tal afirmación, a lo que este reaccionó de forma iracunda, acusándole de conspirar contra él. La respuesta de su amigo podría resumir a la perfección el estado en el que el investigador de encontraba: “Richard, se te ha ido la cabeza”.

Las semanas anteriores a su muerte su inquietud fue en aumento. Le contó tanto a amigos como a periodistas que un americano (si, ese “anónimo” americano) le perseguía y que temía por su vida por oponerse a la subasta. Su comportamiento errático era cada vez más preocupante y su paranoia no conocía límites, llegando a citarse con una visita en el jardín delantero de la casa pues afirmaba que había micrófonos escondidos en su apartamento.
La noche del 26 de marzo de 2004 cenó con su ex-novio Lawrence Kent, al que volvió a mencionar que “un americano estaba tratando de acabar con él”. Tras abandonar ambos el restaurante, Richard Lancelyn Green le confió que les estaban siguiendo, señalando un coche detrás de ellos. Tras despedirse de Lawrence, Richard se fue a casa.
Otro de sus mejores amigos, Gibson, llamó a su casa esa misma noche. Richard no respondió, por lo cual saltó el contestador automático, pero en vez de escuchar el mensaje personalizado que llevaba décadas escuchando, Gibson se sorprendió al oír una desconocida voz con acento americano diciendo: “Lo siento, no disponible”. “¿Qué demonios está pasando aquí?”, pensó Gibson, que creía haberse equivocado de número. Volvió entonces a marcar, con cuidado de no fallar ningún dígito, pero la voz con acento americano volvió a responder el mismo extraño mensaje. Gibson entonces se dio por vencido.
La que no se dio por vencida aquella noche fue Priscilla West, hermana de Richard, quien también intentó contactar con él por teléfono, obviamente sin éxito. Al solo recibir la desconocida respuesta del contestador tras varios intentos, Priscilla se preocupó y acudió en persona al apartamento de su hermano. Llamó a la puerta varias veces, pero nadie respondía. Su preocupación aumentaba así que decidió llamar a la policía. Cuando los agentes llegaron al apartamento y tiraron la puerta abajo, se confirmaron los peores pensamientos de Priscilla. El cadáver de su hermano se encontraba en la cama, rodeado de posters y libros de Sherlock Holmes y de ositos de peluche. Alrededor del cuello, Richard tenía un cordón de zapato de color negro, al parecer, había sido garroteado hasta la asfixia. Cerca del cadáver había una cuchara de madera con la que se apretó el cordón para ahorcarle y una botella medio vacía de ginebra. La policía no encontró ningún signo de fuerza en la puerta y como consecuencia determinó que se trataba de un suicidio, si bien no había siquiera una nota de suicidio.
Al igual que en otros casos el departamento de investigación criminal no fue llamado de inmediato, lo que propicio la perdida de cualquier evidencia que pudiera haber sido clave para resolver la muerte de Richard Lancelyn Green.
El forense de Westminster, Paul Knapman, no tuvo tan claro como la policía que Richard se hubiera suicidado, con lo cual emitió un veredicto abierto debido a la falta de pruebas. Tampoco tenía muy clara la hipótesis del suicidio Sir Colin Berry, presidente de la Academia Británica de Ciencias Forenses quien testificó ante el juez de instrucción que en sus treinta años de carrera solo había visto un suicidio por auto-garrote, y es que esta forma de quitarse la vida es extremadamente compleja pues la gente que lo intenta normalmente se desmaya antes de asfixiarse. En este caso además no se usó una cuerda sino un cordón de zapato, haciendo el hecho aún más complicado. Algunos amigos de Richard descartan el suicidio por varias razones: era el hombre más equilibrado que conocían, sin depresiones ni enfermedades de ningún tipo en los últimos años; tenía planeado un viaje a Italia para semanas después y creen inconcebible que una persona que tomaba notas para todo, se fuera de este mundo sin dejar tras de si una nota de suicidio.
Algunas pruebas apuntan a la teoría del suicidio, como la cuchara de madera, pues si fue un asesinato ¿para que era necesario apretar la cuerda con la cuchara? La botella de ginebra a medio vaciar, en un intento de darse ánimos para llegar hasta el final, también apuntan esta teoría.
Hay sin embrago otras teorías sobre como pudo morir Richard.
Tanto la ciencia como sus allegados descartan que su muerte se debiera a una auto asfixia erótica, como se llegó a plantear, pues no había signos en el cuerpo de actividad sexual reciente.
Queda entonces por analizar la tercera hipótesis más plausible: el asesinato.
Lo primero que descartó la policía fue el robo, pues la puerta no estaba forzada y de la casa no había desaparecido nada, la extensa colección de parafernalia de Sherlock Holmes, valorada en miles de euros, estaba intacta. El asesinato, sin embargo, es la única explicación que encuentran algunos de sus amigos, como Owen Dudley Edwards, quien ayudó a Richard en su cruzada contra la subasta de Christie´s. Él no tiene dudas de que su amigo sabía demasiado y fue acallado para que no impidiera la subasta. ¿Sería el famoso americano anónimo quién acabó con él? ¿Dejó él mismo el extraño mensaje del contestador tras asesinar a Richard? ¿Qué sentido tendría dejar esa pista? ¿O sería el propio Richard fingiendo acento americano?
Es esta última pregunta la que nos lleva a la más enrevesada hipótesis que intenta explicar el asesinato de Richard Lancelyn Green. ¿Es posible que estemos frente a un elaborado suicidio cuyo objetivo último sea acusar a sus adversarios de asesinato? ¿Habría inventado Richard toda la persecución y el acoso en un intento de crear el misterio perfecto del que Arthur Conan Doyle estuviera orgulloso? Parece una locura, pero es importante tener en cuenta que este es precisamente el argumento de uno de los últimos misterios novelescos de Sherlcok Holmes, que en el relato “El problema del puente de Thor” se enfrenta al reto de resolver el suicidio de una mujer que se ha quitado la vida de manera que las sospechas del asesinato recayeran sobre la mujer que flirteaba con su marido.
Lo único que sabemos a ciencia cierta es que la investigación quedó en suspenso para que en caso de que se encuentren nuevas pruebas la se reabra de inmediato.
Es momento ahora de que nos volvamos a centrar en la funesta subasta que desencadenó todos estos acontecimientos y es que a pesar de los esfuerzos de Richard y sus compañeros, esta se llevó a cabo el 14 de mayo, más de dos meses después de que se descubriera su cadáver. Parece que todos sus esfuerzos fueron en vano, pero quedan aún en este caso algunas sorpresas por descubrir y lo haremos de la mano de Priscilla West, su hermana, que concedió en diciembre de 2004 una entrevista a la revista New Yorker.
En este reportaje Priscilla nos descubre un poco mejor cómo era su hermano, del cual cuenta que solía “compartimentar su vida, ya que muchos aspectos desconocidos de ella salieron a la luz tras su muerte”, como por ejemplo su relación con Lawrence Keen y es que “nadie de la familia sabía que Richard era gay, era algo de lo que nunca hablaba”.
También se reveló en esta entrevista el destino de la inmensa colección de su hermano, que necesitó de 12 camiones de mudanza trabajando durante dos semanas seguidas para ser trasladada a una biblioteca de Portsmouth en la que estará disponible de forma gratuita para que cualquier interesado en el tema tenga acceso a ella. Y es que si bien su colección tenía un valor estimado de millones de dolares (bastante más que el famoso archivo a subasta) Richard Lancelyn Green lo tenía claro según su hermana “él no quería que los estudiosos fueran relegados a un segundo lugar detrás de la codicia. Él vivió y murió para esto”.
Priscilla West continuó revelando datos en la entrevista a los que su hermano jamás tendrá acceso, desafortunadamente. Lo primero que contó fue que Jean Conan Doyle, la hija del escritor, había dividido en último momento antes de su muerte el archivo entre ella misma y los tres herederos de su ex-cuñada, por lo tanto los documentos a subasta pertenecían a los herederos y no a la señora Conan Doyle y aunque muchos cuestionen aún la moralidad de la subasta, la British Library ha llegado a la conclusión de que es perfectamente legal.
Otra de las cosas que Richard se fue a la tumba sin conocer es que tras la subasta, los documentos más importantes acabaron finalmente en la British Library ya que Jean Conan Doyle no los cedió a los otros herederos si no que los legó definitivamente a la biblioteca. Por si esto fuera poco, la propia British Library compró mucho del material restante en la subasta. Al final, como dijo uno de sus mejores amigos, lo trágico de todo esto es que Richard podría haber escrito la biografía que tanto ansiaba pues hubiera dispuesto de todos los documentos que hubiera necesitado.
Quedan sin embargo dos preguntas aún por resolver, así que volvamos a la entrevista a Priscilla por respuestas.
¿Qué fue del misterioso mensaje del contestador de Richard? La respuesta parece simple para su hermana: el aparato era de fabricación estadounidense y al eliminar Richard su mensaje personalizado los ajustes de fábrica se restauraron y apareció un mensaje predeterminado grabado por un hombre estadounidense.
En cuanto a los números de teléfono que su hermano le pidió conservar en lugar seguro, Priscilla admite que ninguno aportó nada para esclarecer qué ocurrió con Richard pues dos de ellos pertenecen a sendos periodistas y el tercero a un empleado de la casa de subastas Christie´s.
Muchas preguntas quedan aún por resolver no obstante, pues como la propia Priscilla West confiesa “al contrario que en las historias de detectives, debemos aprender a vivir sin respuestas pues creo que jamás sepamos lo que en realidad ocurrió”.
Es ahora turno para ti ¿Cuál de las hipótesis te parece más plausible? ¿Crees posible suicidarse de esta forma tan inusual? ¿Merece la pena asesinar por unos documentos a subasta? Cuéntame tus hipótesis en los comentarios.
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