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  • David CM

Los asesinos de Brabante

Las sirenas del coche policial quiebran el cielo de la pequeña ciudad de Wavre. El tráfico a primera hora del día aún no es abundante y los dos policías llegan en poco tiempo a la estrecha calle donde se está cometiendo el robo, algo no muy habitual en la ciudad, pero nada fuera de lo común. Con un seco frenazo detienen el coche. El chirriar de los neumáticos deja paso a las ráfagas de disparos que saludan a la patrulla policial. Las balas proceden de uno de los atacantes, que estaba fuera de la armería asaltada esperando a los agentes. Uno de ellos consigue parapetarse tras el vehículo, refugiandose como puede de la lluvia de balas. El otro policia no tiene tanta suerte y cae en el asfalto. Una de las balas le ha dejado malherido. El atacante, con calma, como degustando el momento, se acerca al agente caido en el suelo. Levanta su arma y le ejecuta con un certero tiro entre los ojos. Es entonces cuando los otros dos asaltantes salen de la armería y sin prisa se suben al Volkswagen Santana que habían robado unos meses antes.


Los supermercados Delhaize se convertirían en objetivo predilecto de la banda.

Era 30 de septiembre de 1982 y los asesinos de Brabante acababan de hacer su descarnada presentación a una sociedad belga que aún no sospechaba el inquietante tiempo que le iba a tocar vivir en los años precedentes.

El siguiente ataque de la banda sería el 23 de diciembre del mismo año. Esta vez la banda asaltó un restaurante en Beersel. Era tarde y dentro solo quedaba el vigilante, de origen español y que además trabajaba como taxista, al que se le relacionó con la extrema derecha, factor que tendrá peso en uno de los posibles móviles de los crímenes. El trabajador fue torturado y asesinado. ¿El botín? Vino y café que los asaltantes degustaron tranquilamente en el propio local.

El festival de los crímenes continuó en Bruselas, el 9 de enero del 83. Allí la victima fue un taxista, casualmente de la misma compañía para la que trabajaba el vigilante del restaurante. Una vez más, una violencia desmedida y gratuita se apoderó de la banda, que torturó y ejecutó al taxista.

El 11 de febrero de 1983 los asesinos de Brabante dan un giro a su estrategia de asaltos. Fijan su mirada criminal en los supermercados Delhaize, una famosa y concurrida cadena belga, que desde este día quedará condenada. El primer asalto se saldo con varios heridos, pero ningún muerto y un botín de 18,000 $. Después de este primer ataque en Uccle, llegaron más asaltos a la misma cadena de supermercados en Halle, Beersel...todos el mismo, con similar nivel de violencia y escaso botín recaudado.

Para ese momento la Gendarmería belga estaba empezando a unir los casos pues aún no sabían a lo que se enfrentaban. Debemos tener en cuenta que a principios de los 80, las agencias policiales belgas no tenían un buen nivel de desarrollo. A esto se le une la sempiterna lucha idiomática y geográfica que existe en Bélgica, un país dividido en dos regiones. Todo esto hacía que las agencias de seguridad estatales compitieran entre si de forma directa y declarada en lo que se vino a llamar la "Guerre des flics".

Los numerosos testigos de los asaltos habían dado a los investigadores tres retratos robot, acompañados de los tres apodos con los que los asesinos de Brabante pasarían a la hitoria:

-El gigante, posiblemente el líder de la banda.

-El asesino, quien era el responsable de la mayoría de los asesinatos.

-El viejo que actuaba principalmente como conductor.


Los miembros principales de la banda, en los retratos robots de la policía. Se sospecha que tuvieron más colaboradores

La ausencia de un organismo estatal encargado de la investigación, hacía que pequeños grupos que no colaboraban entre si llevaran a cabo las pesquisas de los diferentes asaltos por separado. Esto aumentaba la competencia y daba ventaja a los asesinos, que seguían campando a sus anchas por el país.

El 10 de septiembre del 83 se produce un asalto a una fábrica textil. En el transcurso de los hechos, uno de los trabajadores es asesinado y su mujer herida de gravedad. Los asesinos de Brabante roban siete chalecos antibalas. La peculiaridad de estos chalecos es que eran prototipos que de forma secreta esa empresa estaba confeccionando a la policía belga. Un secreto que solo unos pocos oficiales de la policía conocen. Las alarmas comienzan a sonar en la sociedad belga. La sospecha de un trabajo desde dentro de la propia Gendarmería acompañará a la investigación hasta nuestros días.

La banda volverá atacar unas semanas después, el 27 de septiembre, en uno de los asaltos más sangrientos hasta el momento. Los asesinos de Brabante matan a una pareja, aparentemente para robarles el coche, mientras con un soplete fuerzan la entrada de una tienda de comestibles. Cuando terminan, tomándose su tiempo pese a que la alarma había alertado a la policía, una patrulla de Gendarmes les enfrenta. Tras el tiroteo, uno de los agentes muere y el otro queda herido. Los asesinos huyen de la escena sin mayor problema. En total son asesinadas tres personas para un botín de 20 kilos de té y café y 10 litros de aceite de cocina.

En los restantes meses de 1983 los cadáveres se acumulan en las espaldas de la banda, hasta cuatro personas son asesinadas en otros tantos asaltos. La policía belga está sobrepasada y la sociedad en estado de shock, cualquiera que esté en el lugar incorrecto en el momento menos adecuado puede ser la próxima víctima. El pánico y la paranoia se adueñan del país.

La investigación avanza poco a poco dando palos de ciego. El año 83, el de mayor actividad de la banda, vio la primera detención relacionada con los asaltos. Tras unos resultados balísticos los investigadores detienen a un policía y a varios compañeros. Mientras estos policías están en la cárcel, los asesinos de Brabante vuelven a actuar. El proceder de los investigadores, plagado de este tipo de fallos, acusados de sacar testimonios forzados y de alteraciones de pruebas, incluida la desaparición de unas huellas que supuestamente pertenecían a los asesinos, va minando poco a poco la paciencia de la sociedad belga.

Además de su propia incompetencia, las luchas internas y la corrupción que asola la investigación, varios factores de los propios asaltos tienen confundidos a los investigadores. Los asesinos de Brabante alternan comportamientos propios de los comandos bien entrenados con errores de principiantes. El hecho de que nadie reivindique los ataques, en una época en la que Europa sufría una terrible época de plomo, con atentados políticos de todo signo, confunde tanto a policías como a periodistas. La elección de los objetivos, lugares de baja actividad económica, pero alta circulación civil, unido a que eligen las horas de mayor transito en los supermercados, parece sugerir que los asaltantes quieren sembrar el pánico en la sociedad belga, pero ¿con qué fin?

A pesar de que nadie es capaz de pararles y de que tienen al país en estado de pánico, los asesinos de Brabante se toman una extraña tregua en 1984. La sociedad belga se las prometía muy felices en los primeros ocho meses de 1985 pues los asesinos seguían con su tregua, pero llegaría septiembre y la banda quería recordar a todos que no se habían ido y que su presencia y sus crímenes iban a quedar para siempre como una gran vergüenza nacional.

La tregua se rompe el 27 de septiembre, a eso de las 20 horas, cuando la banda se presenta en el supermercado Delhaize de Braine-l'Alleud. Como siempre, los tres asaltantes entran a sangre y fuego, disparando indiscriminadamente e incluso usando niños como escudo humano. Como resultado del ataque, tres personas mueren y dos resultan heridas.


La violencia gratuita que demostraban los asesinos amedrentó a la sociedad belga.

Los asesinos, sedientos de sangre y descontrolados, comienzan, veinte minutos después el asalto al Delhaize de la ciudad de Overijse. Con la brutalidad que los caracteriza, los asesinos de Brabante se hacen con menos de 25.000 $ dejando tras de si cinco cadáveres y un herido.

Tras estos asaltos la policía comienza a patrullar los supermercados de la zona cada veinte minutos. Esa vigilancia, sin embargo, no va a impedir que el sábado 9 de noviembre se produzca en el Delhaize de Aalst el que a la postre iba a ser el último asalto de la banda.

A eso de las 19:30 los asesinos de Brabante entran en el supermercado con las caras cubiertas de forma estrafalaria, roban 25.000 $ y se cobran la vida de ocho personas al grito de ¡Os disparamos por mirarnos! Una vez abandonado el supermercado, los asaltantes tardan en huir, lo que da tiempo para que varias patrullas lleguen al lugar. La banda parece atrapada, pues del estacionamiento solo se huir por dos salidas, pero una vez más, la incompetencia (¿o la complicidad?) de la policía les lleva a defender solo una de las salidas. Los asesinos se escapan por la rampa de salida menos vigilada, pero son interceptados por una de las patrullas. Los policías disparan y los miembros de la banda responden. En el caos de ruido y fuego cruzado, uno de los agentes se acerca al coche de la banda y a solo 30 metros de distancia hiere de gravedad a uno de ellos, posiblemente “el asesino”. Arremetiendo contra todo lo que les frenaba la huida, el vehículo de los asesinos consigue escapar, tiroteando por el camino a otro furgón policial. Pocos kilómetros después se les pierde la pista para siempre, pues esta fue su última acción. El vehículo usado para la huida fue encontrado poco después calcinado en un paraje apartado. Años más tarde, un investigación exhaustiva de la zona halló evidencias de una fuerte detonación en el lugar, lo que llevó a la policía a concluir que el miembro de la banda que se encontraba gravemente herido fue rematado por sus compañeros.

Así acaba la historia criminal de los asesinos de Brabante, dejando abiertas infinidad de preguntas que tanto investigadores como periodistas han intentado responder a lo largo de las décadas.

Las hipótesis van desde las bandas armadas vinculadas con el tráfico de drogas y la extorsión hasta un grupo de psicópatas adictos a las drogas y sin motivaciones políticas con complejo de inferioridad que ansiaba atacar con rabia a la sociedad que les había dejado de lado.

En fin, los sospechosos habituales, pero los asesinos de Brabante no eran para nada habituales, por lo que estas hipótesis simplistas no han convencido a casi nadie.

Las teorías que más parecen acercarse a la realidad dan un tiente político a las acciones de la banda. Su intención habría sido desestabilizar al país, intentando provocar un movimiento ideológico hacia la derecha. Para ello habrían contado con la colaboración de ciertos miembros de la Gendarmería e incluso del ejercito con el fin último de conseguir leyes que otorgaran más poder a los cuerpos de seguridad del estado.

Como ya se ha escrito en este artículo, la complicidad policial e institucional siempre ha sobrevolado como una gran nube negra todos los actos de la banda. Desde el comienzo de la investigación y hasta bien entrados los años 2.000, varios han sido los jueces, magistrados y oficiales de la Gendarmería que se han encargado del caso y poco después han sido relegados de sus cargos entre acusaciones mutuas de encubrimiento de pruebas.

Es en los años 90 cuando el propio parlamento belga lleva a cabo varias comisiones sobre la investigación del caso, descubriendo como sistemáticamente se ignoraban todas las pruebas que apuntaban a policías y gendarmes.

Si bien estas prácticas pueden parecer cosa del pasado, la manipulación de pruebas del caso de los asesinos de Brabante ha continuado hasta el año 2010, cuando se quemaron sin justificación ninguna unos dosieres del caso. Unos años después, en 2015, fue el propio ministro de justicia belga, Koen Geens quien reconoció “tentativas evidentes de manipular la investigación”.

En consonancia con esta hipótesis hay que tener en cuenta que en los asaltos la banda usaba escopetas con una munición poco vista en Bélgica y que en el país solo era usada por los miembros de la brigada anti terrorista de la Gendarmería.

Otro de los comportamientos sospechosos de la policía se vio en los últimos asaltos de la banda en 1985, cuando la vigilancia de los supermercados Delhaize era extrema y aún así los asaltantes fueron capaces de atacar y huir. ¿Contaban con información privilegiada por parte de los gendarmes?

Muchos de los trabajos de investigación periodística que avalan esta hipótesis señalan también que los problemas comienzan a surgir cuando se intenta indagar en las conocidas facciones ultra derechistas que existían dentro de la policía. A esto hay que añadir que tantos los asesinos de Brabante como las bandas de ultra derecha de la zona usaban los bosques de La Houssiére como zona de operaciones y entrenamientos.

En 2015 Chris Bonkoffsky, ex gendarme expulsado de la brigada anti terrorista, le confesó a su hermano antes de morir que él era “el gigante”. Bonkoffsky inculpó además a varios de sus compañeros de gremio. Este hombre, con ideas de extrema derecha y resentido con el sistema tras su expulsión, fantaseaba con dar un golpe de estado según declararon sus allegados. El problema de su confesión vuelve a ser la falta de pruebas que los vinculen con ninguna escena del crimen.

Volviendo con el encubrimiento de pruebas, en 2019 se arrestó a Philippe V., un ex gendarme que dirigió la investigación en los años 80. Philippe ordenó en 1986 inspeccionar el canal de Charleroi, que ya había sido investigado a fondo anteriormente sin encontrar nada. En esta segunda inspección se halló una parte importante del arsenal de los asesinos de Brabante. Esto pasó aparentemente desapercibido para la justicia hasta que en 2013 una investigación determinó que esas pruebas solo llevaban en el canal una semana y que habían sido puestas allí con el claro propósito de torpedear la investigación.


Material confiscado años después en la casa de uno de los dirigentes del Grupo antiterrorista.

Sin embargo, y por muchas evidencias que parezcan apuntar en esta dirección, a nivel policial jamás se han encontrado pruebas fiables de esta hipótesis.

En consonancia con esta teoría, pero añadiendo jugadores al tablero, tendríamos que hablar de las denominadas redes GLADIO, pequeños grupos clandestinos creados por la OTAN tras la Segunda Guerra Mundial para organizar la resistencia tras una hipotética invasión soviética de Europa. Relacionada con estas redes estaba la organización belga de extrema derecha WNP (Westland New Post) dirigida por Paul Latinus. Este grupo se entrenaba en técnicas de combate y camuflaje en los mencionados bosques de La Houssiére. El segundo de Latinus, Michel Libert, militar voluntario en un centro de transmisión de la OTAN, parecía tener una enorme semejanza física con “el gigante”.

Además de estas posibles conexiones, otro miembro del WNP confesó ante la policía que las tácticas que ellos aprendieron en 1981 eran idénticas a las que usaban los asesinos de Brabante.

Lo único que parece quedar claro en este enrevesado caso es que “estos asaltos y asesinatos iban dirigidos contra el estado, con el objetivo claro de desestabilizarlo” como dijo el propio ministro Geens en 2017, quien se encargó de cambiar el derecho procesal en 2015, para que los crímenes no prescribieran hasta 2025.

En Bélgica nadie ha olvidado estos años de plomo, ni siquiera los supermercados Delhaize, que aún ofrecen 250.000 $ a quien aporte una pista sobre la identidad de los asesinos de Brabante.

Turno ahora de conocer tu opinión ¿crees que no hay pruebas contra ningún implicado o que han sido eliminadas a conciencia? ¿Cuál de las hipótesis te convence más? Déjame tus comentarios abajo.

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