—Cuénteme una vez más todo lo ocurrido aquella noche Sr. Schons —dijo el sheriff.
Llevaban semanas sin saber nada sobe los cinco chicos de Yuba que habían desaparecido volviendo de presenciar un partido de baloncesto en Chico, al norte de California, el 24 de febrero de 1978. El único rastro que habían dejado tras ellos era su coche, un Mercury Montego abandonado en un camino forestal. Pero por fin parecía que entre las decenas de llamadas que decían saber algo de los jóvenes habían dado con un testimonio creíble.
—La noche del 24 de febrero conduje hasta el Parque Nacional de Plumas, donde tenemos una cabaña, para comprobar el estado de la nieve. Pensábamos hacer una excursión de esquí al fin de semana siguiente. —repitió Joseph Schons por tercera vez— Me desvié de la carretera para coger el camino que lleva a la cabaña y al poco me quedé atascado en la nieve. Salí del coche y empujé con todas mis fuerzas hasta que empecé a notar un dolor en el pecho que se extendió por mi cuello. Empecé a sudar y a encontrarme realmente mal. Estaba seguro de que me estaba dando un infarto, así que me resguardé dentro del coche con la calefacción a tope hasta recuperarme.
—¿Fue entonces cuando escuchó las voces a su alrededor?
—No señor, esto fue aproximadamente a las 5:30 p.m. y no fue hasta seis horas después que empecé a escuchar pasos, primero lejos y después más cercanos. También oí voces y vi luces de linternas que se movían en la oscuridad del bosque. Bajé la ventanilla y grité pidiendo ayuda, pero entonces los pasos se detuvieron, apagaron las linternas y se callaron.
—¿Consiguió usted ver algún coche?
—Si señor, vi un coche a lo lejos en el mismo camino donde yo estaba atascado. El dolor que sentía era fuerte, pero aún conservaba mi vista en perfectas condiciones.
—¿Volvió a ver esas luces a lo largo de la noche?
—Si, un rato más tarde las luces de las linternas volvieron. Les volví a gritar pidiendo ayuda, pero volvieron a apagarlas y se callaron.
—Entiendo. — dijo el sheriff que en realidad no comprendía ni remotamente por qué los cinco hombres se habían alejado tanto de su ruta de camino a casa y habían abandonado un coche en perfectas condiciones que habrían podido sacar sin problemas de la nieve entre los cinco.
—Recuerdo algo más de aquella noche señor. Aunque no le sabría decir si en aquel momento estaba ya delirando por el dolor, una camioneta roja aparcó unos metros detrás de mí en algún momento de la madrugada.
—¿Y qué pasó cuando comenzó a amanecer? ¿No se quedó sin gasolina usando la calefacción toda la noche?
—Poco antes de amanecer es cuando se paró el motor de mi coche señor, pero gracias a Dios el dolor había empezado a desaparecer, así que recorrí a pie unos trece kilómetros por el camino hasta un albergue. El gerente me llevo hasta mi casa.
—¿Vieron entonces el Mercury Montego aparcado al principio de ese mismo camino?
—Efectivamente señor, allí estaba abandonado, no muy lejos de donde yo había pasado la noche.
Esta declaración concordaba con las pruebas que tenían hasta ahora los investigadores, que habían encontrado el coche en ese mismo lugar gracias al aviso de un guardabosques del Parque Nacional. El problema había sido la fuerte nevada que cayó esa misma noche imposibilitando encontrar ningún resto más de los hombres. Habría que esperar al deshielo primaveral…
Para intentar comprender el extraño comportamiento que llevó a los cinco de Yuba a abandonar su vehículo, la policía investigó en su pasado. Tanto Bill Sterling de 29 años, como Jack Huett de 24, Ted Weiher de 32 y Jack Madruga de 30 tenían ciertas discapacidades intelectuales, que, si bien no les impedían hacer vida relativamente normal, podría llegar a ser un hándicap en la toma de decisiones bajo presión.
El único de los jóvenes que no tenía esas discapacidades era Gary Mathias, de 25 años que debía lidiar con otra clase de problemas, pues había desarrollado problemas de drogadicción durante su servicio militar en Alemania Occidental a principios de los 70. Estos problemas le llevaron a ser diagnosticado de esquizofrenia y ser dado de baja en el ejército, tras lo cual se volvió a vivir a casa de sus padres y comenzó un tratamiento en un hospital psiquiátrico. Si bien al principio Gary Mathias fue un caso difícil por los brotes psicóticos que sufría a menudo, para 1978 era ya considerado por sus médicos “uno de nuestros casos exitosos”.
De los cinco jóvenes Jack Huett era el que presentaba una discapacidad más acusada. No podía leer ni escribir, y era su inseparable amigo Ted Weiher quien le ayudaba y protegía como si fuera su hermano mayor. Este vínculo, que traspasaba los límites de la simple amistad convirtiéndose en un hermanamiento, existía también entre Madruga y Sterling, que era una persona muy casera y religiosa.
Los cinco de Yuba compartían afición por el deporte siendo todos ellos miembros del equipo de baloncesto de los Gateway Gators. El día grande para los Gators estaba cerca, puesto que el 25 de febrero iban a jugar su primer partido en un torneo patrocinado por Special Olympics.
Cuando llegó la fecha señalada, los cinco estaban muy emocionados por su debut y dejaron todo dispuesto y preparado la noche anterior. No obstante, decidieron hacer un viaje hasta Chico, una ciudad situada a unos 80 kilómetros de distancia de Yuba, para animar al UC Davis Basketball Team, que se enfrentaría al Chico State. Los cinco se montaron en el coche de Madruga (que junto con Mathias era el único que tenía carnet), un Mercury Montego del 69 y se pusieron en camino dispuestos a disfrutar de su equipo favorito antes de jugar ellos mismos al día siguiente.
Después del partido, el grupo regresó a Yuba contentos con la victoria y con la mente puesta ya en el día siguiente. En su camino de vuelta, pararon en una estación de servicio, compraron pastel, chocolatinas, refrescos y un cartón de leche. Eran casi las 10 p.m. del 24 de febrero de 1978, pero su debut con los Gators quedaría pospuesto eternamente pues jamás regresaron a casa.
Al transcurrir de la noche, algunos padres se dieron cuenta que sus hijos no habían llegado aún y empezaron a ponerse nerviosos. Sin pensarlo dos veces llamaron a las casas de los demás y pronto todas las familias se dieron cuenta que algo no andaban bien con sus hijos. Por la mañana temprano acudieron a la policía para denunciar su desaparición.
Los investigadores se pusieron en marcha esa misma mañana buscando a los cinco jóvenes a lo largo de la ruta desde Yuba a Chico sin encontrar ninguna evidencia. No fue hasta el 28 de febrero cuando hallaron el coche gracias al aviso del guardabosques. En el vehículo había evidencias de que efectivamente los chicos habían estado allí. Los envoltorios de las chocolatinas, los refrescos, el cartón de leche…concordaba con la descripción del empleado de la estación de servicio.
Aquí empezaban los interrogantes.
¿Qué había llevado a los hombres a desviarse 110 kilómetros al este de Chico, muy lejos de cualquier ruta directa a Yuba? ¿Por qué se habían aventurado en las montañas de la parte superior del valle de Sacramento sin ropa de abrigo?
Las familias de los cinco de Yuba eran incapaces de entender que sus hijos hubieran conducido hasta ese lugar remoto sin previo aviso y en la víspera de un día tan importante para ellos. Ninguno gustaba de alejarse mucho de sus familias y entornos conocidos. Jack Madruga no aguantaba el frío y jamás había pisado las montañas. Según el padre de Bill Sterling, en una ocasión se había llevado a su hijo de pesca a las montañas, pero al ver que claramente estaba a disgusto allí, volvieron a casa y nunca más lo llevo de excursión.
Lo que tampoco cuadraba a los padres era la narración de Joseph Schons, pues la madre de Weiher estaba completamente segura de que su hijo no ignoraría una llamada de auxilio si estaba presente en el lugar.
Cuando los investigadores examinaron a fondo el chasis del Montego, los interrogantes continuaron, y es que el coche no presentaba abolladuras, rasguños o salpicaduras de barro, ni si quiera en el guardabarros, a pesar de haber sido conducido por un camino forestal lleno de baches y roderas. Los policías llegaron a dos conclusiones: o el conductor conocía muy bien el camino (lo que descartaba a Madruga), o había sido muy prudente.
La familia de Jack Madruga aseguró que la opción de que hubiera sido otro el conductor era imposible de imaginar pues su hijo jamás dejaría voluntariamente que otra persona condujera su Mercury Montego. Ese coche era su orgullo y alegría.
Desde que el caso se hizo público, y como ya hemos visto antes, fueron numerosas las pistas y avistamientos fallidos de los cinco de Yuba. Además del testimonio de Joshep Schons, los investigadores tomaron en cuenta el de una dependienta del pequeño pueblo de Brownsville, a 48 kilómetros de donde fue abandonado el coche. La mujer, al ver los carteles ofreciendo una recompensa de 1.215$ a cargo de las familias, se puso el 3 de marzo en contacto con la policía. Declaró haber visto a cuatro de los jóvenes llegar a la tienda en una camioneta pick up roja dos días después de la desaparición. El dueño de la tienda corroboró su historia.
La dependienta tuvo claro desde que los vio que eran forasteros debido a “sus ojos grandes y expresiones faciales”. De los cuatro hombres, dos, que ella identificó como Huett y Sterling, se quedaron fuera de la tienda para usar la cabina de teléfono y los otros dos entraron. Fue entonces el dueño del establecimiento quien continuó el relato, detallando como los hombres que él identificó como Weiher y Sterling compraron burritos, refrescos y batido de chocolate.
Si bien la policía dio la historia por cierta y tomo a los dos por “testigos creíbles”, los familiares tenían otros puntos de vista. El primero en alzar la voz fue el hermano de Ted Weiher, que en declaraciones a Los Angeles Times aseguró que, si bien por un lado lo de conducir un vehículo ajeno hasta ese pueblo tan alejado justo antes de un partido tan importante parecía totalmente fuera de lugar, el comportamiento de los dos jóvenes en la tienda parecía compatible con ellos, pues Weiher comería “cualquier cosa que pudiera conseguir” y a menudo iba acompañado de Huett. El hermano del propio Huett añadió que Jack odiaba los teléfonos hasta el punto de que ni si quiera atendía las llamadas que eran para él.
Muchos creen que la dependienta y el dueño mintieron para cobrar la recompensa dando una descripción genérica de personas con síndrome de Down de las que, además, no había ninguno en el grupo.
La investigación se estaba enfriando hasta casi congelarse debido al duro invierno en las montañas, así que no fue hasta junio, con casi la totalidad de la nieve derretida cuando florecieron nuevas pruebas para abrir incluso más interrogantes de los que ya había.
El día 4 de ese mes, un grupo de motoristas disfrutaba de un paseo dominical por la montaña que los llevó hasta uno de los refugios del Servicio Forestal, a unos 32 kilómetros del lugar donde el Montego fue abandonado. Cuando aparcaron sus motos, una de las caravanas les llamó la atención pues tenía abierta una de las ventanas y de allí salían gran cantidad de insectos. La curiosidad fue mayor que la prudencia y un par de los moteros abrieron la puerta recibiendo una bofetada de hedor a descomposición. Cuando lograron recuperarse de la impresión, vislumbraron un cuerpo prácticamente momificado envuelto en mantas y con una espesa barba. Era el cadáver de Tim Weiher.
La autopsia reveló que Weiher había muerto por una mezcla de inanición e hipotermia. Había perdido casi la mitad de sus 91 kilos de peso y por el tamaño de su barba había vivido una agonía de hambre de aproximadamente trece semanas. Tenía los pies totalmente congelados, al borde de la gangrena.
En una mesa junto a la cama los investigadores encontraron la cartera de Weiher (con dinero en efectivo), un anillo de níquel con el nombre “Ted” grabado y su collar de oro. Había también un reloj de oro, que la familia no identificó como de Weiher y una vela parcialmente consumida. El cadáver vestía una camisa de terciopelo y pantalones ligeros, pero sus zapatos no estaban.
Habían encontrado a uno, quedaban los otros cuatro, además de muchas preguntas sin respuesta.
Los investigadores centraron su búsqueda en el tramo de pista forestal entre el coche abandonado y la cabaña. Sus esfuerzos dieron frutos, puesto que al día siguiente encontraron los restos de Madruga y Sterling en lados opuestos del camino, a unos 19 kilómetros del coche. Los restos de Jack Madruga, parcialmente devorados por los animales salvajes, aún conservaban el reloj de pulsera y las llaves del coche en el bolsillo. De Sterling solo quedaban algunos huesos esparcidos por un área de unos 15 metros. El informe de la autopsia era claro, ambos habían muerto de hipotermia. La teoría de los investigadores fue que uno de los dos hombres habría sucumbido al deseo de quedarse dormido propio de esta agonía y el segundo, no queriendo abandonarlo en sus últimos momentos de angustia, se quedó a su lado sufriendo el mismo agónico destino.
Ya solo quedaban dos de los cinco de Yuba por encontrar. El destino, burlón como pocas veces, quiso que fuera su propio padre quien encontrara la columna vertebral de Jack Huett el día 6 de junio en un arbusto a 3’2 kilómetros al noreste de la cabaña. Los vaqueros y los zapatos que se encontraron en la zona ayudaron a identificar el cuerpo. Al día siguiente, el sheriff encontró una calavera a 91 metros de los otros restos y así, gracias a los registros dentales, se pudo confirmar que pertenecían a Huett, que también había muerto por hipotermia.
No se volvieron a encontrar más restos significativos, a excepción de unas mantas y una linterna oxidada halladas al noroeste de la cabaña. No fue posible sin embargo determinar cuanto tiempo llevaban allí ni a quien pertenecían.
Supongo que te habrás dado cuenta de que la cifra de los cadáveres hallados por los investigadores y sus ayudantes asciende a cuatro, es decir, nos falta uno de los chicos y dado que Gary Mathias sufría de esquizofrenia paranoide y llevaba semanas sin tomar su medicación, se distribuyeron fotografías suyas por instituciones mentales de toda California. Todo esfuerzo fue inútil en este aspecto, pues a día de hoy no se ha encontrado pista alguna que permita saber qué pasó con Mathias.
Volvamos ahora a examinar las múltiples incongruencias de lo que se supone ocurrió en el refugio del Servicio Forestal. Los investigadores se preguntaban extrañados por qué no se había encendido un fuego en una cabaña que tenía cerillas, juegos de naipes y numerosas novelas en las estanterías que podrían haber actuado como combustible. Era extraño también que la gruesa ropa de trabajo forestal que podría haber mantenido calientes a los hombres estuviera intacta donde había sido almacenada.
Si bien una docena de latas de raciones habían sido consumidas, en otro de los cobertizos del campamento, había suficiente comida deshidratada para sobrevivir un año, que estaba intacta. Otro de los cobertizos cercanos, albergaba un tanque de propano que, de haber sido usado, habría alimentado el sistema de calefacción de la cabaña.
Este comportamiento, que puede parecer extraño desde fuera, podría tener explicación para los familiares de Ted Weiher, que fue al único al que se encontró en la cabaña. Su familia le describe como una persona totalmente carente de sentido común debido a su incapacidad mental. Weiher no era capaz de entender por qué debía pararse en una señal de stop y una noche que se declaró un incendio en su casa, hubo que sacarlo arrastras de la habitación pues temía perder su trabajo al día siguiente si abandonaba su cama.
Además de Weiher, había evidencias de que Mathias y posiblemente Huett, también habían pasado por la cabaña. Por ejemplo, las zapatillas de Mathias estaban en la cabaña y las raciones habían sido abiertas con un abrelatas P-38 que Mathias había aprendido a usar en el ejército. La ausencia de los zapatos de Weiher también podría ser explicada desde aquí, puesto que, si Mathias tenía los pies hinchados por la congelación, podría haber usado los zapatos más grandes de Weiher para aventurarse a salir.
Las mantas con las que se encontró envuelto el cadáver de Ted Weiher también sugieren que algunos de los otros hombres lo habrían acomodado así puesto que sus pies gangrenados por la congelación le dolerían demasiado para hacer él mismo los movimientos necesarios.
Puesto que los investigadores tenían muy pocas pistas referentes a lo que había llevado allí a los cinco de Yuba solo les quedaba continuar elaborando hipótesis, así que cuando se enteraron de que Gary Mathias tenía un amigo en el cercano pueblo de Forbestown supusieron que, en un intento de ir a visitarle de camino a casa, habían tomado un giro equivocado acabando en la pista forestal cubierta de nieve. Una vez allí, incomprensiblemente habrían decidido abandonar el coche y se dirigieron por pura mala suerte en dirección contraria al albergue al que había llegado la mañana siguiente el señor Schons tras su ataque al corazón, adentrándose más y más en una región agreste y deshabitada.
El día antes de la desaparición, una quitanieves había despejado la pista forestal con la intención de quitar la nieve del techo de la cabaña y que este no colapsara. El grupo probablemente siguiera su huella en la creencia de que el refugio no se encontraría lejos. Madruga y Sterling habrían muerto a mitad de camino debido a la hipotermia.
Una vez en la cabaña uno de los tres rompió la ventana para entrar, pero al verla cerrada con llave pueden haberla creído propiedad privada y haber temido un arresto por robo si usaban algo de lo que allí había. Tras el fallecimiento de Weiher, o incluso antes en busca de ayuda para su amigo, quizás Mathias y Huett intentaron regresar a la civilización a pie usando rutas diferentes.
Parte de las familias no tragaba con esta explicación. Uno de ellos fue una vez más el hermano de Weiher, que señala a un único culpable: Gary Mathias, que habría llevado a los otros cuatro hombres a morir a la montaña. Esta teoría es apoyada por el antiguo sheriff del condado de Yuba, Jack Beecham, que en declaraciones al periódico Sacramento Bee afirma que los hombres fueron forzados o manipulados para llegar hasta aquel camino forestal y aunque nunca será posible saber si Mathias tuvo una parte activa en esto, él personalmente cree que sí. También declaró que algunos de los otros padres están seguros que Gary Mathias, que era el único sin discapacidad intelectual y tenía un historial de violencia y abuso de drogas además de esquizofrenia paranoide, estuvo de alguna forma envuelto en las muertes de sus hijos.
Aún nos queda conocer la opinión de la madre de Madruga que, si bien no señala a Mathias, cree firmemente que “hubo algo que les forzó a llegar hasta allí arriba. Por sí solos no habrían huido al bosque como un puñado de codornices. Tenemos muy claro que alguien les obligó a hacerlo”.
Y así llegamos al final uno de esos casos que jamás serán resueltos, pues nadie sabrá nunca qué ocurrió con los cinco de Yuba.
Es ahora momento de conocer tu opinión ¿qué crees que les obligó a salirse de su ruta planeada? ¿Es más terrorífico que fuera uno de los cinco el culpable o que hubiera terceros implicados? Déjame tus opiniones en la caja de comentarios.
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