La luz de la linterna se derramaba temblorosa por la escalera, iluminando huesos esparcidos y ropas olvidadas. Los pasos del policía sonaban apagados al pisar la sangre seca. Desde los sótanos llegaban los aullidos de los supervivientes, que gastaban sus últimas fuerzas en un intento de ser escuchados. A través de las ventanas sin cristales llegaban los gritos de la muchedumbre, apenas contenida, que exigía asaltar el edificio para salvar lo que quedara de sus vecinos y familiares.
El alboroto había comenzado en marzo de 2014, cuando un grupo de moto taxistas peinaba el bosque de Ibadan, una ciudad al suroeste de Nigeria, en busca de uno de sus compañeros, que llevaba días desaparecido. Al darse de bruces con el edificio y sospechar lo que sus paredes ocultan, acuden con presteza a la policía.
Diseminados por el bosque que rodea el inmueble semi abandonado los investigadores encuentran huesos y otros restos humanos compartiendo anónima sepultura con uniformes de escuela, numerosos pares de zapatos, ropa masculina y femenina…
Un espeso manto de miedo y muerte se extiende como un sudario por el que será para siempre conocido como bosque del terror de Ibadan. Los indignados habitantes de la ciudad acuden al lugar enterados de los descubrimientos, pero la policía rodea el edificio impidiéndoles el paso. Los ánimos empiezan a caldearse pues parece que dentro del tenebroso edificio aún quedan supervivientes.
Cuando las fuerzas de policía nigerianas entran al edificio, el infierno que encuentran se escapa a la imaginación: veinte cuerpos humanos yacen descompuestos en el interior, huesos y cráneos decoran suelos y paredes ensangrentadas.
Pero incluso en este panorama estremecedor hay lugar para la esperanza, pues aún quedan siete supervivientes, atados con grilletes y con aspecto de cadáveres andantes. De inmediato son trasladados, algunos de ellos en estado catatónico, al hospital de la ciudad.
Desde el primer momento tanto los investigadores como la propia sociedad tiene claro el porqué de esta matanza y es que los secuestrados en Nigeria no sirven como moneda de cambió para obtener un beneficio económico si no que la mayoría de las veces son torturados o sacrificados en asesinatos rituales relacionados con la magia negra que emponzoña desde hace siglos el país.
Los abominables descubrimientos del bosque del terror de Ibadan causan pánico en el país y comienzan a plantear dudas sobre la seguridad del Estado y sobre la necesidad de fortalecerlo. Para apaciguar los ánimos, Abiola Ajumobi, gobernador del estado, acude a Ibadan prometiendo que “aquellos que están detrás de estos ruines actos serán castigados por dios. Nosotros también les castigaremos cuando les atrapemos”.
Esta intervención del gobernador parece calmar los ánimos, aunque son muchos los jóvenes de la zona que claman contra la inacción de los comandos de la policía estatal ante los cuales se denunciaron previamente los extraños sucesos que ocurrían en el bosque.
El avance en la investigación es lento, pero algunos supervivientes comienzan a contar sus experiencias y lo primero que sorprende a la opinión pública es el modo en que fueron secuestrados. Varios de ellos alegan haber sido víctimas de maleantes que haciendo suya la iniciativa gubernamental de renovación urbana, arrestaron a algunos vendedores ambulantes con el pretexto de que violaban la ley ambiental, aunque obviamente no tenían autoridad del gobierno para hacerlo.
A estas alturas de la investigación, ningún sospechoso ha sido detenido ni interrogado, ni lo será nunca, pero lo más preocupante es saber que no es ni mucho menos un caso aislado, pues unos meses antes de que el bosque del terror de Ibadan saliera a la luz, Nigeria había sido testigo de otro brutal asesinato ritual: el cuerpo decapitado de una mujer era impunemente abandonado en una carretera en el estado de Ogun.
Según el experto local Chido Onumah, estas prácticas están ligadas a la creencia de que los restos humanos son ingredientes vitales para rituales que ayudan a ganar dinero o a adquirir poderes místicos. Pero no pensemos que estas creencias tienen un fuerte calado solo entre los habitantes más humildes del país, puesto que son muchos los políticos y altos mandatarios que recurren a estos sangrientos rituales para ganar poder e influencia, lo que podría explicar el que muchos de estos asesinatos queden impunes…
Onumah denuncia también lo que es un secreto a voces en toda Nigeria: cada mercado corriente de ciudad, coexiste con otro paralelo y subterráneo cuya especialidad son los restos humanos. Para entrar y adquirir sus productos, los vendedores usan ciertos signos y palabras que solo agentes acreditados conocen.
A pesar de la proliferación de iglesias y mezquitas a lo largo del país, estas prácticas están arraigadas en lo más hondo del inconsciente nigeriano.
Si bien muchos de los asesinos rituales así como aquellos que les ayudaron han sido arrestados y condenados a largas penas de prisión o incluso ejecutados, el hecho de que estas prácticas continúen pone de manifiesto, según Onumah, que la ley por si sola no va a cambiar las cosas si no va acompañada de una educación adecuada.
De vuelta en el bosque del terror de Ibadan, merece la pena leer el testimonio de Nafiu Shittu, uno de los pocos supervivientes de los horrores que se cometieron en aquél rincón aislado de la ciudad. El hombre cuenta como fue secuestrado mientras descansaba sentado en la calle tras un duro día de trabajo. De la nada aparecieron dos hombres que le forzaron a entrar en un coche. Al despertar, estaba en una habitación aislado y encadenado a una pared. De allí, no se movería hasta que cuatro meses después fue rescatado por la policía.
Ahora me gustaría saber tu opinión sobre este supuesto asesinato ritual ¿crees que se puede acabar con creencias tan profundas? ¿Deberían tener el mismo castigo los clientes que los propios asesinos? Déjame tus comentarios abajo.