Desde la distancia, Antonio Fenet podía ver claramente como un humo negro se elevaba desde la finca de Los Galindos. Preocupado por ver arder su lugar de trabajo, dio media vuelta y dirigió de nuevo su ciclomotor hacia Paradas, municipio más cercano al cortijo y en el que residían la mayoría de sus trabajadores, para avisar a la Guardia Civil.
Cuando las autoridades se presentaron en el cortijo, los trabajadores se afanaban incansables contra el incendio que consumía uno de los cobertizos. Las llamas, azuzadas por el endemoniado calor del verano sevillano, convertían la escena en una especie de infierno en la tierra, y lo peor estaba aún por llegar. Dos policías locales, acompañados por un Guardia Civil, inspeccionaron la finca hasta que dieron con un rastro de sangre que conducía a la casa del capataz. Al forzar la puerta, el caso tomó una nueva dimensión, pues tendida boca abajo en el suelo de la habitación estaba Juana Martín, esposa del capataz de Los Galindos con la cabeza destrozada.
Una vez dado el aviso pertinente, a las 20 horas se presentaron en el cortijo el secretario municipal, el forense en funciones y el sustituto del juez titular, todo un equipo de circunstancias pues los miembros oficiales estaban de vacaciones. Mientras ellos hacían el levantamiento del cadáver de Juana, el hijo del forense, que aún era estudiante y ejercía ese verano de ayudante de su padre, descubre el secreto que intentaban guardar las llamas del cobertizo: dos cadáveres a medio calcinar, pertenecientes a José González, tractorista de la finca, y a su esposa Asunción Peralta. La autopsia revelaría que tanto ellos como Juana habían sido golpeados hasta la muerte con la pieza metálica de una de las máquinas agrícolas de la finca.
Intentando aún digerir lo que el cortijo les va revelando poco a poco, los investigadores continúan sus pesquisas hasta que a las 23 horas encuentran el cadáver de Ramón Parrilla, otro de los tractoristas, con un disparo en el pecho y los brazos destrozados.
Quien no aparecía por ninguna parte era Manuel Zapata, capataz de la finca y marido de Juana, por lo que se convertía en sospechoso principal de los asesinatos. El objetivo primordial de la policía pasaba a ser su búsqueda y captura, para lo cual se peinaría el cortijo y los campos de alrededor.
Avanzada la noche, se presentaría en escena la dueña del cortijo, María de las Mercedes Delgado, marquesa de Grañina junto con uno de sus hijos. No sería hasta la madrugada cuando su marido, Gonzalo Fernández de Córdova y Topete, acompañado por el administrador del cortijo, Antonio Gutiérrez, haría acto de presencia. Por si fueran pocos los acontecimientos extraños ocurridos aquel 22 de julio de 1975 en Los Galindos, debemos añadir la extraña petición del marqués al llegar a la escena: exigió pernoctar en la finca, acompañado únicamente por Antonio, y no iba a tolerar que nadie se lo impidiera. Y efectivamente, en una España aún bajo la dictadura franquista y en la cual el caciquismo campaba a sus anchas, ninguna autoridad tuvo arrestos suficientes para impedirle al marqués, militar retirado, cumplir su voluntad.
Casi un día entero había transcurrido desde que ocurriera el crimen de Los Galindos cuando se presentó en la escena el juez encargado del caso. Para entonces el escenario había sido completamente contaminado, pues en palabras de José Zapico, un oficial retirado que pasaba sus vacaciones en la zona y se vio envuelto en el caso, el escenario parecía “un mercadillo”, la delimitación de la escena había sido deficiente y esto había arruinado la investigación desde un inicio como en otros casos ya expuestos en este blog.
No es hasta el 25 de junio cuando el cadáver de Manuel Zapata, el capataz, es encontrado, cubierto de paja en una zona que había sido previamente peinada por los investigadores. ¿Fue colocado allí posteriormente o la policía no había sido capaz de encontrarlo? La autopsia revelaría además que Manuel había sido el primero en ser asesinado, lo que daba al traste con las primeras hipótesis policiales. Era momento de buscar otros culpables, y algunas miradas se volvieron hacia Gonzalo Fernández, el marqués. Preocupaba especialmente su actitud al llegar a Los Galindos, así como sus sospechosas ganas de pasar la noche allí, solo acompañado del administrador. Además, su petición de que la Guardia Civil hiciera su vigilancia en la puerta del cortijo, lejos de las viviendas, le ponía en el foco. El marqués fue interrogado, pero las dudas siempre han sobrevolado un interrogatorio contaminado por el caciquismo franquista. No le iba a ser fácil a un simple cabo jefe de la Guardia Civil sonsacar información a un marqués, comandante retirado del ejército. Se rumorea incluso que los Guardias Civiles se cuadraban ante él previo a interrogarle…
Por este camino iba a ser complicado llegar a buen puerto así que fue el propio Gonzalo Fernández quien se sacó de la manga una nueva hipótesis, con nuevos culpables, intentando alejar la sombra de la culpabilidad de su persona, cosa que nunca lograría, como veremos más adelante. Para el marqués de Valparaíso y Grañina, los culpables de todo lo ocurrido en el cortijo de Los Galindos habían sido nueve legionarios que volvían de celebrar el desfile de la victoria en Madrid. Estos soldados le habían pedido permiso para pernoctar en la finca, a lo que él había accedido. Una vez allí, los legionarios no se habían limitado a pasar la noche, sino que además habían escondido droga en el lugar con la intención de regresar a por ella días después. Cuando ese día llegó, los legionarios se habrían enfrentado con el capataz, dándole muerte y continuando con la matanza para no dejar testigos. ¿El problema que plantea esta hipótesis? El 22 de julio, día del crimen, ocho de los legionarios estaban en Ceuta y el noveno en Barcelona.
Otro de los principales sospechosos que manejaron los investigadores fue una de las víctimas, José González, tractorista del cortijo. Para la Guardia Civil, José habría matado a los demás por un motivo desconocido (¿celos? ¿dinero?) y tras darse cuenta de la atrocidad que acababa de cometer, se habría suicidado. Quedaba por explicar cómo había logrado esconder su propio cadáver y pegar fuego al cobertizo.
Si bien no había desaparecido dinero, ni nada de valor de Los Galindos, la policía continuaba teniendo el móvil económico en mente. Esto hizo que centraran sus pesquisas en Antonio Gutiérrez, administrador de la finca y antiguo militar, como el marqués, que fue el primero en avalar su coartada pues ambos asistían en Málaga al entierro de un familiar mientras se cometían los crímenes.
Todas las vías de investigación llegaban a un callejón sin salida del cual no saldría jamás. Sin embrago, este enigmático crimen insufló desde un principio las imaginaciones más fértiles, como la del novelista Alfonso Grosso, quien en 1978 escribió la novela “Los invitados” inspirada en el crimen de Los Galindos. Tras una exhaustiva investigación, Grosso construyó su propia hipótesis, protagonizada por unos mafiosos libaneses que habrían plantado unas hectáreas de marihuana en la finca y que, en un ajuste de cuentas sangriento, habrían asesinado a todos aquellos implicados en la red de narcotráfico. Nunca se pudo encontrar rastro alguno de la citada plantación, por lo que esta conjetura pasó a engrosar la lista de las hipótesis sin pruebas.
El caso seguía en un punto muerto hasta que en el año 1981 un supuesto sicario mandaba una carta al que fuera alcalde de Paradas en la época del crimen. En la misiva, el sicario confesaba haber sido contratado para asesinar solo a Manuel Zapata, capataz de Los Galindos, por unas 10.000 pesetas (unos 60 euros) pero que una vez en la finca, se puso nervioso y mató al resto de los allí presentes. Esta carta consiguió reabrir el caso, pero debido a las inconsistencias del anónimo autor, fue archivada.
Para cuando llegó el año 1983, el policía encargado del caso era José Antonio Vidal, quien decidió el 27 de enero dar un nuevo empujón a la investigación contratando los servicios del famoso médico forense español Luis Frontela. La autopsia de Frontela contribuyó fundamentalmente a exculpar de forma definitiva al tractorista José González, lo cual agradeció su familia. Además, el forense español dejó claro que los asesinos debían ser dos personas, una alta y fuerte, que habría manejado la pieza metálica que se convirtió inesperadamente en arma del crimen, y otra con menor fuerza física. La implicación de dos personas en el crimen de Los Galindos quedaba patente en cómo había sido tratado el cadáver de Juana Martín, primero arrastrado, dejando un reguero de sangre, y posteriormente alzado por hombros y pies lo que dejó gotas de sangre en el suelo. Esta segunda autopsia reveló además que Asunción Peralta estaba embarazada de seis meses.
Pese a estos nuevos datos y a que la gente de la zona seguía reclamando justicia, incluso pintando a la entrada del cortijo la frase “Aquí mataron a cinco”, la audiencia provincial de Sevilla cerraba el caso el 11 de mayo de 1989 sin que ningún sospechoso hubiera sido formalmente acusado. Transcurridos veinte años del suceso, el día 22 de julio de 1995, el crimen prescribía definitivamente.
El crimen de Los Galindos, sin embargo, no se olvida, pese a que en agosto de 2014 se derrumbara el techo del juzgado de Marchena, en Sevilla, donde se encontraba el sumario del caso, que desde entonces permanece en paradero desconocido.
El último eco desde Los Galindos nos llegaba en 2019 a través de cauce insospechado, y es que el hijo de los marqueses, Juan Mateo Fernández publicaba ese año un libro titulado “El crimen de los Galindos: toda la verdad” en el que directamente acusa a su propio padre de estar detrás del múltiple crimen. Según este libro el marqués estaría implicado en la estafa a una cooperativa de Utrera (Sevilla). El capataz, Manuel Zapata, al descubrir la estafa, no se lo pensó dos veces y decidió contárselo a la marquesa, que era la verdadera dueña de las propiedades, y al padre de esta.
Con el ánimo de evitar el chivatazo, el marqués, acompañado de otro hombre desconocido de aspecto intimidante, habría ido a confrontar al capataz. El administrador de la finca, Antonio Gutiérrez, sería testigo del encuentro. Mientras discutían sobre el asunto, la disputa habría ido subiendo de tono hasta descontrolarse por completo resultando en el asesinato del capataz. Según el libro de Juan Mateo, las demás muertes habrían llegado en un desesperado intento de ocultar pruebas y acallar testigos. El hijo de los marqueses también tiene claro el objetivo de su padre al pasar la noche del crimen en el cortijo. Fernández de Cordova, acompañado del administrador, habría sacado el cadáver del capataz del armario donde lo escondieron en primera instancia, para juntos depositarlo fuera del cortijo donde fue finalmente hallado.
Según Juan Mateo Fernández, su padre habría sido testigo de las muertes, pero no habría participado en ninguna.
Como puedes ver, muchas teorías, pero ninguna prueba firme que las apoye, lo que convierte el crimen de Los Galindos en el crimen perfecto. Pero ahora me gustaría saber tu opinión ¿te convence alguna de las teorías expuestas? ¿Crees que el móvil económico explica esta matanza? Déjame tus comentarios abajo.
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